CINE / JACKIE, DE PABLO LARRAÍN
JACKIE
Pablo Larraín
Sobre
el papel no parecía muy estimulante una película sobre Jacqueline Bouvier. Se
han hecho series sobre ese personaje femenino del que poco se supo ya que optó
por mantener un perfil bajo y la discreción más absoluta cuando dejó de ser
abruptamente la primera dama de Estados Unidos; y sobre el magnicidio de
Dallas: ahí está ese Oliver Stone en
su época más pletórica de talento cinematográfico denunciando la conspiración
en JFK. ¿Para qué hacer una película
sobre un suceso que casi todo el mundo conoce y sobre un personaje que se ha
tildado socialmente como frívolo? Pero Jackie
no es un biopic al uso. No es un biopic en su estricto sentido puesto que
se centra en 48 horas de la vida de la viuda de América, sus más dramáticas, y,
sobre todo, no es una película convencional, no puede serlo si ha salido de la
mente del chileno Pablo Larraín (Santiago
de Chile, 1976), el director de El club y
Neruda, y el productor es Darren Aranofsky, el de Réquiem
por un sueño y El cisne negro.
Fuera
prejuicios porque Jackie es una
película fascinante desde su primer fotograma y gracias a una interpretación
excelsa (Darren Aranofsky impuso que
ella tenía que ser Jackie y acertó de
pleno) de Natalie Portman, que
supera su oscarizada en El cisne negro
de su protector. Con una estructura narrativa novedosa, saltos cronológicos que
producen un buscado caos, y al hilo de una inquietante entrevista de un
periodista muy profesional (Billy Crudup)
con el que la viuda de Kennedy decide hablar (pero censura sus propias
palabras, cuando el dolor estalla sin cortapisas, y le ordena al periodista que
eso no conste), Jackie es una
radiografía del dolor humano (Pablo
Larraín orilla el trasfondo del atentado, esa no es su película porque
nadie puede superar a Oliver Stone,
y pretende, y logra, un retrato intimista poderoso) para centrarse en el
personaje humano de Jacqueline Bouvier, la sofisticada primera dama de origen
francés que intentó que entrara una ráfaga de europeísmo en una Casa Blanca,
una corte real tomada por los caballeros de la Tabla Redonda.
Tiene
Jackie, en ocasiones, textura de film
de horror, de pesadilla en algunos de esos planos circulares, envolventes, con
los que Pablo Larraín describe ese
ambiente enloquecido inmediatamente previo y posterior al atentado, y dedica un
segundo, uno, terriblemente impactante, a ese disparo brutal que revienta la
cabeza del presidente de los Estados Unidos, y luego un minuto largo,
angustioso, a esa fuga hacia ninguna parte del coche presidencial con la esposa
y su vestido tinto en sangre (que no se cambia de regreso a Washington, porque
quiere que el pueblo americano vea su propia barbarie) y ese guardaespaldas
icónico, Clint Hill (David Caves),
subido a la trasera del vehículo, una icono de soledad y desamparo absolutos.
Jackie es una película oscura sobre el
dolor y el fin de las ilusiones. Muerto el rey, la reina es destronada sin
miramientos, se da cuenta ella cuán falsa es esa burbuja en la que ha vivido. Una
de las escenas más duras es ver a la ex primera dama empaquetando todas sus
pertenencias de la Casa Blanca porque llega el nuevo inquilino, Lyndon B. Johnson
(John Carroll Lynch) y Lady Bird (Beth Grant). La cámara inquieta de Pablo Larraín sigue a Natalie Portman, transfigurada en
Jackie Kennedy, por las estancias del palacio presidencial tumbando los
retratos, apilándolos en cajas de cartón, mientras se rompe por dentro. O la
escena de la ducha, en la que por el cuerpo de Jackie corre la sangre que tiene
encostrada en su cabello, la misma que intenta desprender de las uñas de sus
manos con un cepillo.
El
director de la inquietante El club,
película sucia donde las haya, utiliza
el primerísimo plano para grabar la angustia de un rostro bellísimo, el de Natalie Portman, que se resquebraja en
la soledad más absoluta sin que nadie, absolutamente nadie, ni el propio cuñado
Bob Kennedy (Peter Sarsgaard), salvo
la amorosa Ethel Kennedy (Julie Judd),
su cuñada, le dé un simple abrazo, así es que por necesidad, porque no le queda
otra, la elegante reina Ginebra de Camelot
(genial incrustación de la banda sonora del célebre musical de Broadway que
cierra el film) camina a pie, con sus dos hijos pequeños, siguiendo el furgón
militar que lleva hacia Arlington los restos del rey Arturo, consciente de esa
imagen icónica que queda para la posteridad.
Una
dirección artística impecable y cuidada, sobre todo en el vestuario de Jackie
(la réplica del vestido rosa que llevaba el día del atentado en Dallas); una
serie de secundarios con parecidos muy razonables (perfecto Caspar Phillipson en el papel de JFK) y
el lujo de ver a John Hurt como
sacerdote con dudas metafísicas; una fotografía decolorada y con tendencia al
fucsia de Stéphane Fontaine; y una
banda sonora de Mica Levi, tan inquietante
como brillante, redondean la primera película que Pablo
Larraín rueda en Estados Unidos sobreviviendo en su empeño y hasta consiguiendo
nominaciones para los Oscar de Hollywood. La combinación Aranofsky/Larraín da un resultado muy apetecible, una película a
disfrutar.
Reservas hospedaje festival
Angelique Pfitzner
angeliquepfitzner@yahoo.es
Comentarios