CINE / ELLE, DE PAUL VERHOEVEN
ELLE
Paul
Verhoeven
No acaba de encontrar su lugar el holandés Paul Verhoeven (Amsterdam, 1938) tras
su huida, o expulsión, de Hollywood, en donde su cine se había convertido en un
incordio para las mentes puritanas que dominan los estudios de cine—Instinto básico fue censurada en Estados Unidos y Showgirls exhibida con restricciones—. Yo
todavía le recuerdo por dos películas rompedoras muy diferentes, la vital y
demoledora Delicias turcas y la
brutal visión de la Edad Media de Los
señores del acero, dos películas protagonizadas por el ángel de Blade Runner Rutger Hauer. Ante la
disyuntiva de seguir haciendo Robocop
hasta la náusea o emigrar, el director de Starship
Troopers, otra de sus coñas que seguramente no debió hacer ninguna gracia
por la ridiculización de las tropas imperiales yanquis (los marines del espacio
que son descuartizados por los arácnidos), el holandés errante regresó a
Europa, pero ni El libro negro, sobre
el mito de la resistencia ante el nazismo, ni ahora la producción francesa Elle parece que vayan a enderezar una
carrera en declive.
Elle tiene su principal punto flojo en su falta de
credibilidad y su indefinición genérica: ¿drama de suspense o comedia? Michelle (Isabelle
Huppert), que tiene una empresa de videojuegos con su amiga íntima Anna (Anne Consigny), sufre una violación
brutal en su casa que no denuncia a la policía y comunica a sus amigos dos días
más tarde, restándole importancia. Y seguirá sin darle importancia cuando se repita esa agresión sexual y empiece
a sospechar quien se encuentra detrás de esa máscara con el que el delincuente
actúa. Y, es más, le empezará a gustar ese juego siniestro de sexo y violencia.
Elle se dispersa en demasiados frentes y olvida el que
hubiera sido el principal y potente: el deseo de venganza de la víctima. Hay
tramos familiares y costumbristas —los que protagoniza su hijo sin carácter Vincent (Jonas Bloquet) y su alocada novia (Alice
Isaaz) que tienen un hijo negro (¿humor?) que el padre se empeña en
reconocer como cuyo— que giran hacia la
comedia; hay tramos eróticos
entre Michelle y Robert (Christian Berkel),
la pareja de su amiga Anna—que se insinúa pueda ser la verdadera madre de
Vincent (secuencia explicativa) — y
coqueteos con el vecino de calle Patrick (Laurent
Lafitte), un empleado de banca católico integrista cuya mujer Rebecca (Virginia Efira) se va a hacer el camino
de Santiago; y hay tramos de enfrentamiento generacional con la madre Irène (Judith Magre) que se empeña en casarse
con su joven gigolo. En medio de toda esa dispersión se desaprovecha el tramo
narrativo más interesante, el que quizá explicara la conducta errática y
patológica de Michelle: su relación con su padre Richard (Charles Berling), un asesino en serie de niños que cumple condena y
con el que no se habla desde hace muchos años.
Paul Verhoeven remata este presunto thriller, con molesto Macguffin
incluido—el video
juego ofensivo en el que un monstruo viola con su cola a Michelle, herencia de Desafío total—, del
que se salva la profesionalidad interpretativa de Isabelle Huppert, pero a años luz de la reciente El porvenir, con un final chapucero y un desafortunado
guiño lésbico con el que parece pedir disculpas por una película que trata con
demasiada frivolidad un tema tan terrible como es la violación.
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