SOCIEDAD / TALIÓN
TALIÓN
Curioso este país fascinante e inmenso, patria de James Cain, William Faulkner, John
Steinbeck, Orson Welles, Paul Auster, Woody Allen, Bruce
Springstein, Bod Dylan y tantos
otros ilustres artistas, en donde una felación puede ser un delito que lleve
entre rejas a los que la practiquen, tomarse una cerveza en una terraza no está
permitido, porque los niños pueden ver una bebida alcohólica y escandalizarse, y
tener un arsenal letal de armas cortas y largas en casa sí, hasta llevarlas en
la guantera del coche o bajo la americana. Curioso este país en donde mentir
sobre las armas de destrucción masiva y llevar a un país a la guerra y a agredir
a otro país, hasta borrarlo del mapa, no tiene consecuencias, pero ocultar la
relación privada e íntima con una becaria estuvo a punto de costar el cargo a
un presidente calenturiento.
Estados Unidos es un país que tiene tantas armas
como habitantes. Un pueblo en armas. La reaccionaria Asociación del Rifle es
uno de los lobbies más importantes. Los adictos a las armas de fuego, que
acumulan arsenales de ellas en sus hogares, que enseñan a sus hijos pequeños a
manejarlas, son los que se escandalizan por los bebedores de cerveza en un
lugar público y espían si al vecino le están practicando una felación. El
mensaje es que las armas de fuego no son malas en sí, los malos son los que las
usan. Donald Trump, el tipo que va a
competir en la carrera a la Casa Blanca con Hillary Clinton y tiene posibilidades de regir este gran país, se
lamentaba que hubiera americanos que carecieran de armas de fuego para hacer
frente a los malos en la última
masacre en la que un yihadista entró a sangre y fuego en una fiesta gay.
Poner armas de fuego en manos de civiles es una
aberración que está costando miles de muertes al año en Estados Unidos. Allí,
un tipo deprimido, o que se levante con el pie izquierdo, puede causar masacres
a su santa voluntad. En Estados Unidos el hambre de los pioneros no parece
haberse saciado (el filete John Wayne
parece sacado de ese que se le cae a James
Stewart, tras ser zancadilleado por Lee
Marvin, en el western El hombre que
mató a Liberty Valance) ni la ley del Talión ha desaparecido. A los
forajidos, presuntos o no (los juicios entonces eran muy rápidos, las garantías
procesales no mejores que las que hay ahora: Pablo Ibars y Joaquín José
Martínez, dos españoles en el corredor de la muerte, pueden dar testimonio de
ello) se les colgaba sin dilación del quinto árbol a las afueras del pueblo. La
Ley del Talión, de la Biblia, el libro que todo buen americano ha leído y tiene
en su mesilla de noche, el único libro que, a lo mejor, ha leído en su vida, para
interpretarlo a su manera en la iglesia de la esquina (más iglesias que bares, ¡cielo
santo!) se sigue aplicando en esa peculiar administración de justicia que
tienen en ese país. El que la hace, o parece haberlo hecho (la lista de
inocentes ejecutados no cabe en estas páginas), la paga, y si hay dudas,
también, por si acaso: más vale un inocente muerto que un culpable libre. En
Estados Unidos, al contrario que en otras jurisdicciones, el acusado tiene que
demostrar su inocencia.
La visión de un policía en ese país no es una señal
de tranquilidad sino de todo lo contrario. Aquí, en Europa, salvo si se ve a un
policía vestido como un gladiador, que así ya no razona, los agentes de la ley
y el orden están, en teoría, para ayudar al ciudadano. En Estados Unidos la
presencia de un policía, por su historial de brutalidades sin castigo que tiene
sobre sus espaldas el cuerpo policial, produce temblores. Ojo con discutir con
ellos o hacer un movimiento que puedan interpretar como peligroso. Manos bien
visibles, ningún movimiento brusco.
Se dice que en Estados Unidos el racismo
desapareció, pero el 80% de los reclusos son negros, y negros son todos los que
mueren bajo las balas de energúmenos uniformados de gatillo fácil que
demuestran tener un desprecio preocupante por la vida ajena cuando debían ser
sus garantes. Días atrás vimos como esos gorilas con licencia para matar la
ejercían descerrajando disparos a bocajarro a detenidos inmovilizados
causándoles la muerte. Antes los vimos matando niños de 14 años o atropellando
a fugitivos con sus coches patrulla. Una simple infracción de tráfico puede
acabar con el infractor en la morgue. Eso pasa antes las cámaras y muchas otras
cosas pasan fuera de ellas.
Lo alarmante es que la brutalidad policial no tiene
castigo en ese país, que esos asesinatos en directo lo más que provocan es una
investigación y que se le retire la placa al asesino uniformado durante una temporada.
Jurados benevolentes suelen absolverles si llegan a juicio. Y luego pasa lo que
pasa, que el Rambo de turno echa mano de su arsenal privado, ese que defiende tanto
Donald Trump y aboga por tenerlo en
casa, y hace puntería sobre los uniformados, cazándolos como conejos. Ley del
Talión, lo que les enseñaron que hay que hacer.
Estados Unidos es un gran país al que no entiendo y
analizo siempre que voy, quizá por eso me fascina, por sus contradicciones
evidentes, por sus claroscuros que hacen de ese territorio el escenario ideal
de la novela negrocriminal.
¿Cuándo el próximo desastre? ¿Cuándo la próxima
masacre?
Comentarios