CINE / TREN DE NOCHE A LISBOA, DE BILLE AUGUST
TREN DE NOCHE A LISBOA
Bille August
¿Cuándo se jodió Bille August? podría preguntarse uno parafraseando a Mario Vargas Llosa en Conversación
en La Catedral. Pues desde el óscar con Pelle
en el conquistador, su mejor película, junto a Las mejores intenciones, rodadas respectivamente en su Dinamarca
natal y en Suecia. La filmografía posterior de este director danés, que incluye
una mediocre adaptación de la novela de Isabel
Allende de La casa de los espíritus,
un irregular thriller, Smilla, misterio
en la nieve, películas rodadas en Suecia
como Jerusalén, Una canción para Martín, Sentencia
de muerte, María Kroyer, con
producciones británicas o norteamericanas de gran presupuesto como Adiós Bafana o Los miserables, es decididamente mediocre y en ninguna de ellas
aflora el talento que demostrara en sus primeras películas, tampoco en esta
plúmbea adaptación de la novela homónima del escritor suizo Pascal Mercier.
El profesor de latín
Raimund Gregorius (un siempre sobreactuado Jeremy
Irons que repite con el director tras La
casa de los espíritus) impide en el último instante que una joven
portuguesa se lance al río Aar en Berna. Cuando desaparece la joven, le queda
de ella una gabardina roja, un extraño libro de memorias de un autor portugués
desconocido llamado Amadeu de Prado y un billete de tren a Lisboa. El profesor
lo deja todo y coge ese tren a la capital portuguesa para intentar descifrar
los secretos de ese libro, que habla de la resistencia contra la dictadura de
Salazar en Portugal, cuyo contenido le fascina. Allí conocerá a Mariana (Martina Gedeck) que le pondrá en
contacto con los protagonistas de ese relato escrito por el doctor Amadeu de
Prado (Jack Huston): su tío Joao Eca
(Tom Courtenay), un anciano recluido
en una residencia geriátrica; el padre Bartolomeu (Christopher Lee) que ofició su funeral y le habla del joven Amadeu
estudiante; el farmacéutico Jorge
O’Kelly (Bruno Ganz), que fue su
mejor amigo; Adriana (Charlotte Rampling),
la posesiva hermana del médico luso autor del libro, y, próxima a Salamanca,
quien fuera el gran amor del doctor, Estefanía (Lena Olin), que le darán al profesor la versión de los hechos que
narra el libro.
En la última película
de Billi August no funciona ninguno
de sus dos tramos narrativos, ni el presente ni el pasado, y difícil saber cuál
de ellos suscita menos interés y aburre más. La pretendida obra fascinante de
ese escritor portugués de la resistencia resulta ser un pestiño infumable, a
pesar de que Raimund Gregorius no haga otra cosa que repetir ad nauseam lo que le llega al corazón
ese texto lleno de obviedades ramplonas; la búsqueda de la verdad sobre el
pasado político reciente de Portugal carece de la más mínima épica—nunca
vi un grupo de conspiradores tan anodino como el de esos antisalazaristas previos a la Revolución de los Claveles—. Las interpretaciones, tanto por parte
de los actores jóvenes Melanie Laurent,
que interpreta a Estefanía de joven, o August
Dihel, que es el farmacéutico Jorge O’Kelly, o Jack Huston que encarna a Amadeu de Prada, como por los veteranos Charlotte Rampling, Lena Olin, Tom Courtenay, Christopher
Lee o Bruno Ganz, que los
interpretan en el presente, son tan lamentables como increíbles y los diálogos
resultan torpes e impostados.
Este
Tren de noche a Lisboa es una muestra
de celuloide rancio y un ejemplo de a lo que puede llegar la decadencia de Bille August. Ni rastro de Pelle el conquistador en la filmografía
de este realizador danés que un día ganó el óscar a la mejor película de habla
no inglesa.
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