CINE / FRANCOFONÍA, DE ALEKSANDER SOKUROV
FRANCOFONÍA
Aleksander Sokurov
El ruso Aleksander Sokurov (Oblast de Irkust, 1951), al que algunos
consideran el heredero de Andréi
Tarkovski, pertenece a esa rara raza
de cineastas inclasificables. En ese cajón podríamos meter, de una forma un
poco aleatoria, a Jean Luc Godard, José Luis Guerín, Jonas Mekas, Chris Marker
o a su desaparecido compatriota Aleksei
German. ¿En qué género filman? Ni se sabe ni importa.
La última película que se
había estrenado en España del cineasta ruso fue Fausto, una delirante versión del drama de Goethe que sumergía al espectador en el mundo de lo grotesco a
través de una narración convulsa que rozaba en lo formal la pesadilla. Francofonía es mucho más accesible y
digerible, y eso que Aleksander Sokurov
conjuga diversos formatos cinematográficos para expresar con imágenes y
palabras la relación del arte con el poder, el tema central de un film que no
llega a los 90 minutos y en ningún instante desfallece.
Francofonía parece un
documental del canal televisivo Arte, pero es muchísimo más, con algunas
pinceladas de ficción centradas en la relación que se establece entre el
conservador del Museo del Louvre, Jacques Jaujard (Louis-Do de Lencsquesaing) y
el oficial de ocupación nazi el conde Franz Wolff-Metternich (Benjamin
Utzerath), que debe velar para que
los tesoros del célebre museo sobrevivan a la guerra, dos enemigos que dejan a
un lado sus diferencias para defender lo que les importa, el Louvre y su
valioso contenido, el botín de guerra del III Reich, unas obras de arte que
merecieron mejor trato que los seres humanos que murieron a millones en esa
brutal carnicería. El hombre pasa, pero el arte queda, hasta que algún bárbaro
(los Talibanes, ISIS) lo dinamita.
Se
centra Aleksander Sokurov en el
arte, así es que los aspectos humanos, o inhumanos, de la ocupación nazi de
Francia los soslaya a propósito, o los minimiza, algo que sin duda no hará
mucha gracia a los franceses (la voz en off, comenta, sobre imágenes de
archivo, la entrada de las tropas alemanas en Francia, la escasa resistencia de
su ejército y población; presenta al
gobierno de Vichy como un buen acuerdo con los ocupantes y contrapone esa relación
idílica entre ocupantes y ocupados con imágenes de la feroz resistencia rusa al
invasor nazi y la táctica de tierra quemada que emplearon con ellos los
invasores, lo que no deja de ser cierto) para centrarse en la relación del
poder con el arte, de la obsesión de los poderosos, y ahí está el fantasma algo
ridículo de Napoleón (Vincent
Nemeth) buscándose en los cuadros (C’est moi, exclama ufano cuando se
encuentra), frente a la Marianne (Johanna
Korhals Altes) que repite el lema revolucionario de Libertad, igualdad y fraternidad, correteando por las salas del
Louvre para afirmar que buena parte de los tesoros del museo provienen de su
expolio por Oriente, y que seguramente han sobrevivido gracias a ello, añado.
La obsesión capitalista por acumular, en este caso obras de valor incalculable, como un elemento
más de poder.
Emplea
el cineasta ruso diversas texturas cinematográficas (vuelve a la pantalla
cuadrada en los tramos de ficción, con banda sonora lateral visible), imbrica a
la perfección imágenes de documentales de época, que le sirven a su discurso, y
las impresionantes de un carguero, que transporte contenedores con obras de
arte, batallando contra una terrible tempestad marítima y que aparecen en la
pantalla de un ordenador, y todo ello mezclado con planos aéreos del Louvre
(benditos sean los drones usados para fines pacíficos), presentado como la
esencia de París, y paseos por sus salas, aunque sin deleitarse en demasía en
la belleza de sus obras.
Francofonía, narrada por la voz en off del propio Aleksander Sokurov que reflexiona sobre
sus imágenes, es un film tan experimental, como todo el cine del realizador
ruso, como excepcional, que ejerce un efecto hipnótico sobre el espectador.
Difícil adscribirlo a algún tipo de género, quizá al del ensayo
cinematográfico, pero echa de menos este espectador que no hable el director de la tendencia de los artistas a arrimarse al
poder, que esa es otra, para saborear el triunfo en vida, algo que siempre me
pregunto cuando visito pinacotecas de todo el mundo y me quedo extasiado ante
cuadros de autores absolutos desconocidos que seguramente lo fueron por no
medrar. Vasos comunicantes. Esa sería una nueva película, la del artista que
busca el poder para sobresalir.
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